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POR LAS RAMAS

DESPEDIDAS

DESPEDIDAS

 Desde que tengo uso de razón, recuerdo las despedidas. Han estado siempre presentes como parte integrante de nuestra condición de emigrante. En mi casa, nos pasábamos la vida echando de menos lugares, sabores y gentes con la tristeza en el corazón de que tenían que pasar 12 meses hasta volver a encontrarlos.  Así, me despedía de mi familia cada verano bajo un tórrido sol de agosto en Madrid, mas tarde de mis amigos y novios veraniegos pensando que ellos seguían en un continuo verano mientras yo tenia que enfrentarme sola, a la rutina, al frío y al color grisáceo de las calles de Paris. Después en tierras lejanas e inhóspitas algún desertor anunciaba su partida con el rezo de la mezquita de fondo, dejando en la vida de los que se quedaban, un hueco que tardábamos meses en rellenar.

 

Tarde o temprano tuve que aprender a amaestrar ese vacío y probablemente para que fuera menos doloroso, me invente mi propia teoría. Si el mundo es redondo y siempre damos vueltas los mismos, tendrá que haber un lugar y un momento en el que los trayectos se crucen. Claro que la casualidad no es un factor muy científico. Hasta que ocurrió. Hace  4 anos, en uno de los interminables pasillos del Louvre, allí me cruce con los mejores recuerdos de mi adolescencia, mi compañera nocturna de los tugurios del Barrio Latino, desaparecida en combate desde hacia mas de 20 anos. Todavía no se quien nos puso a las dos en ese momento en el mismo pasillo a la misma hora en la inmensidad del universo pero supe que no me había equivocado del todo.  Nuestros trayectos empujados por las mismas ansias, habían acabado por cruzarse.  Desde entonces, cuando tengo que despedirme de alguien, recuerdo esta historia y se que al final, conseguiré espantar las sombras de la ausencia.

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