'SOPA WON TON..
Y LA CHICA DE LOS OJOS VENDADOS"
Llegaron al hotel, como la sopa Won Ton, que llevaban dentro de la bolsa del supermercado. Los pies empapados, y refunfuñando por no llevarse el paraguas, entraron en el ascensor. Tenían que saberlo, como en toda Asia, las nubes eran imprevisibles también en esta ciudad, sorprendían cuando uno menos se lo esperaba, después de un sol sin piedad. Ella apretó la tecla del noveno piso, y se sacudió la lluvia de la camiseta. En el reflejo del espejo del ascensor, comprobó que seguían ahí sus ojeras, a pesar de una apacible noche de 12 horas, del “jetlag”, y del bendito colchón de cama de hotel bueno, de esos que parece que te engullen en cuanto te acuestas. A su lado, una pareja, los dos asiáticos. No se fijo demasiado en ellos, hasta que él le dio un codazo disimuladamente. El chico no parecía tener más de 18 años, pero nunca acertaba a ponerles una edad a la mayoría de los que conoció durante el tiempo en el que convivió con ellos. Llevaba en la mano, una bolsa de viaje pequeña, que delataba que no pensaba quedarse mucho tiempo. Nada extraño en un ascensor de hotel.
Se giró para mirar a la chica y comprobó que ella no podía verla. Cogida de la mano de su chico, subida en tacones de 20 cm, llevaba los ojos vendados con un pañuelo. El chico, al comprobar su sorpresa, le dirigió una sonrisa cómplice y al abrirse las puertas, le indicó a la chica, un desnivel en la puerta para que no trozara. A pesar de la venda cubriéndole los ojos, ella intuyó en su expresión, esa extraña mezcla de miedo por lo desconocido y de ansia por el desenlace. Se cerraron las puertas y se quedaron solos, todavía sorprendidos, y así llegaron a la novena planta.
Al salir del ascensor, se miraron de reojo, pensando en la supuesta ciega y en la sopa Won Ton …, cuyas nubes flotando, bien podían enfriarse, sobre la mesa de la habitación de ese hotel de Singapur..
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